Cuando una puerta se cierra, otra puerta se abre, dicen.
Unos acusan a los dioses, otros a vientos fuertes.
Hay otros tantos que aseguran que lo que se abre es una ventana.
Sin embargo, estos últimos ignoran la función principal de las puertas y de los dioses: dar entrada o salida y brindar consuelo, respectivamente.
Si un dios o viento abre una ventana cuando una puerta se cierra, le quita al espiritual y al deseoso de entrar y salir toda posibilidad de consuelo porque simplemente uno, como cuerpo u oportunidad, no cabe por la ventana. Por lo menos no cómodamente. Y una metáfora incómoda no es consuelo. Es verdad que se podría tratar de una ventana grande. Sin embargo, estas no extienden la misma invitación que te ofrece una puerta, al menos que sea uno ratero.
Alguien escribió que “hay personas que creen que el hogar es donde uno cuelga su sombrero, pero esa gente tiende a vivir en clósets y ganchos pequeños”. Los que creen que cuando una puerta se cierra, una ventana se abre, deben ser mariposas o mosquitos.
Los primeros, los que dicen que cuando una puerta se cierra otra puerta se abre, resultan más arquitectónicamente conscientes y positivos. Sin embargo, nunca especifican si se trata de una puerta de madera al patio y la puerta para el perro, o la del más allá y una reja de malla al estacionamiento. Y eso importa, pues aunque es menos cruel que el enunciado anterior, da cabida a una falta de correspondencia material entre las puertas, lo que puede resultar en juegos de palabras tristes o peor: hilarantes.
Para entender más de esto, hay que hablar también de los usos de las puertas, pues este es proporcional al material del que están hechas. Una puerta de madera va a ser buena para la entrada de una recámara, por ejemplo, con un seguro pequeñito y despegada del piso lo suficiente para que salga la luz a la sala y avise que está ocupada, pero no tanto para que quepa un ojo.
Un portón de acero es bueno para guardar cosas valiosas: costales de granos, coches, vecindades y fábricas. Las rejas de hierro son buenas para que no salgan animales del zoológico, niños de las casas y malas para dejar a las moscas afuera, para lo que las de malla son buenas. Sin embargo, ambas son óptimas para dejar pasar al viento.
Hay otras puertas, las simbólicas, que sirven para hablar sobre el corazón, una oportunidad, un par de ojos o el alma de alguien. Estas usualmente se imaginan rectangulares, con un halo de luz y chapa dorada; los más románticos les ponen candados y regalan las llaves.
Cada material es una decisión consciente que determina el uso de una puerta. Un portón de acero no se azota tan bien como una puerta de madera, por ejemplo. Y una de vidrio no se cierra tan definitivamente como la de una bóveda de banco. La puerta controla lo que entra y sale. Y uno controla la puerta cuando decide de qué hacerla; aún cuando la deja abierta, que es diferente a abrirla así nomás.
Por eso los porteros a veces sonríen: ellos dominan esta correspondencia de usos y materiales. Saben que cualquier esfuerzo de no entrar por una puerta giratoria resultará fútil mínimo una vez, sin necesidad de intervención. Otras veces uno trae algo en el diente o las puertas son transparentes y se puede ver si el portero prefiere sacar la lengua.
Las puertas prefieren ser de madera, acero, hierro, vidrio o alambre. Hay puertas más atrevidas de papel, tela y piedra. Pero en todas, la constante utilitaria es que abren y cierran cuando se jalan o empujan, dependiendo del caso. Hay puertas de casi todo: todo menos barro.
Una puerta no puede ser de barro y nunca lo será. A excepción de las puertas de adobe de algunos hornos con que se hornean calabazas. Pero cada vez que uno quiere cerrarlo, lo tiene que construir y cuando quiere abrirlo, romper. La diferencia está en su cocción, por lo que la llamaremos “puerta cruda” y no “puerta”. Y es que uno guarda en barro lo que va a perder a sabiendas. El café de olla que bebe, el caldo que come, los dulces de las piñatas que rompe y las monedas de las alcancías que quiebra. Las raíces de los bonsais rompen macetas sin titubear. Resulta un tanto triste para el barro poder ser tantas cosas menos una puerta. No obstante, de las cosas que uno dice y hace sobre ellas, resulta ser la más sensata.
Considerando todo lo anterior, alguien más responsable y consciente de las implicaciones de proclamar dichos sobre estructuras y esperanza haría bien en decir que “cuando un portón de acero se cierra, un mosquitero se abre”. Y uno aún más prevenido mencionaría que al mismo tiempo, posiblemente, una puerta cruda se rompe en el horno de alguna casa. Pero darnos cuenta de que ya se quedó uno sin entrar a quién sabe donde, que ya se metieron los mosquitos y que posiblemente hay calabazas calientes en algún lado, no le hace mucho bien a nadie.
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